INQUIETANTE MASTICACIÓN
INQUIETANTE MASTICACIÓN
Estimados Lectores:
Los trayectos en el tren entre mi comuna y París, viaje que repito casi todos los días, me ofrece un estudio social sin límite, dejando aparte las esperas estúpidas de dos horas en el ir y volver, hay que contar cuatro horas para ir a París aunque el trayecto en el tren no dura más que treinta minutos y solo veinte si es directo, lo insoportable son las esperas del bus para llegar a la estación y eso, debemos sufrirlo ida y vuelta, en fin no es de esta estupidez que quiero hablarles, aunque también merece una crítica dirigida a los administradores de la empresas de transportes comunes, todo lo que es público es un desastre, aquí en Francia los servicios públicos se degradan y tanto la administración en general, los hospitales, educación, cultura, así como el transporte, metro, buses y trenes se han vuelto una pesadilla de todos los días para los usuarios que no tienen auto y qué decir para aquellos que trabajan y que cansados al final del día deben sufrir más encima, la galera del transporte.
Luego de cincuenta minutos de espera de pie en la estación, soportando la espera del tren con un frio siberiano, por fin corrimos para encontrar un asiento en el tren, frente a mí, se sentó una mujer joven, no tendría más de veintitrés años, a lo más unos veinticinco, claramente allí de regreso de su trabajo que lo decía una ficha de esas que dan las empresas a los que asisten a una conferencia, la llevaba colgada al cuello con une cinta azul, ese medallón no se lo sacó al fin del día de trabajo sino que lo ostentaba en su pecho como una joya…de plástico.
Imposible no mirarla, porque su presencia se imponía frente a mí; alarmada de lo que sería mi viaje durante media hora con una mujer frente a mí, me puse bien derecha en mi puesto para no rozar sus rodillas, comencé a sentirme ahogada en la estrechez de mi asiento, para colmo sufro de claustrofobia, me ahogo en recintos cerrados y herméticos, me falta aire y me desespero, me ocurre lo mismo en las salas de espera cualquiera que sea, “el transporte público” es para mí algo insoportable, salvo en París mismo donde la espera de un bus no sobrepasa cinco minutos y el metro dos, siendo los trayectos cortos entre los distritos, pero desde que a una se le ocurre la estupidez mayúscula de aceptar un HLM alejado de París, la locura comienza.
Es este uno de los sufrimientos más asquerosos que nos impone la pobreza y el vivir en comunas alejadas de París, el roce social con la porquería. Dejando estas didascalias aparte, sigo mi descripción de esta joven. Físicamente no se la podía calificar de “obesa”, porque no era de esas jóvenes mofletudas, rebosantes y lisas como cetáceos, no, era una persona maciza, pétrea y que, aumentaba su antiestético cuerpo, debido a la gordura y al no saber vestirse con prendas apropiadas a su morfología, bien lejos de una modelo. Vestía pantalones jeans ajustadísimos, y una blusa de nylon apegada al cuerpo, para colmo de color beige, y encima cubría todo este conjunto que daba la impresión de una salchicha recién embutida, una chaqueta estrecha que claramente no podía abotonar y que remataba la estrechez ridícula en la que ella misma se sumía; sus rasgos eran pequeños, armoniosos y el cabello castaño corto le rodeaba la cara, casi sin maquillaje. Una cara corriente, sin nada especial, lo significativo en ella era su carácter, bien decidido, con una desfachatez increíble, demostraba una soltura sin límites, sin importarle un bledo el ser vista o tal vez criticada, se la creería en el salón de su casa, más bien en su cocina.
Una vez instalada, dejó su bolso a un lado y en el otro acomodó bien cerca y al alcance de su mano izquierda uno de esos sacos plásticos acartonados que dan los supermercados, el de ella estaba nuevo, en la mano derecha sostenía su smartphone, del que no dejaba de mirar la brillante pantalla, sin levantar la mirada, alternando con la escritura rapidísima de vez en cuando de esos famosos “textos”; levantaba los ojos fijos en la pantalla únicamente para, como un robot, comenzar a sacar el sorprendente contenido de sus saco plástico.
Para mí, lo más desesperante fue el ver el contenido de ese saco, durante todo el trayecto entre París y mi comuna no pude no enterarme de esta inquietante visión que no olvidaré jamás. Tanto por la vecina inquietante en su comportamiento que por la cantidad impresionante del cargamento que ella ingurgitaba con seguridad, costumbre y avidez aseguradas.
Empezó a sacar con método, como si eso fuese su costumbre, los múltiples objetos que contenía el saco sorpresa; primero sacó una botella mediana de Coca-Cola, ¡!!! y no light!!!, y luego una inmensa baguette repleta de comida, salían por las bordes torrejas de tomates, lechuga, queso, jamón y qué se yo qué más, la inmensa baguette estaba envuelta hasta la mitad en un papel, la sostenía con fuerza y le dio un mordisco terrible, haciendo morisquetas al masticar, las que provocaban en su faz una permanente contorsión como esas que hacen los payasos para hacernos reír, solo que la de esta joven mujer, era sin la más mínima moderación, provocada por su inmoderado y feroz apetito, su inmoderada masticación era al final de cuentas francamente risible. Esas contorsiones le permitían valerse de una sola mano para atacar, cosa de que al primer mordisco le fuese posible acaparar el contenido entero dentro de la boca, sin ayuda de la otra mano que estaba naturalmente pegada como un sólo miembro a su smartphone, como es lo que ocurre con todos los habitantes de este maravilloso planeta tierra que aceptaron dócilmente injertarse a los artefactos móviles, pagando sumas exorbitantes a los que se enriquecen a costa de esta estupidez mundial y voluntaria.
Lo terrible de este espectáculo fue que me obligó a pensar en lo que el mirarla sin querer, se producía en mí: asco y sorpresa.
Este sentimiento inquietante y asqueroso me lo produjo primero su carencia de visión estética, su falta de educación para comer en público, y luego la indiferencia total para con su cuerpo, el que indicaba y mostraba su forma de vivir, todo estaba dicho en la elección de su comida la que se reflejaba en su cuerpo.
Yo me dije, pero ¡¿cómo es posible que una mujer tan joven, elija de alimento porquerías de ese calibre?! Coca-Cola llena de productos tóxicos, siendo el primero la cantidad enorme de azúcar contenida en una botella, pudiendo escoger por lo menos, en modo “light” luego la cantidad de feculentos malsanos contenidos en un gran pedazo de pan blanco, pudiendo hacerse un sándwich con torrejas de queso que permiten llenarse al interior con proteínas, es lo que hago cuando debo ausentarme durante el día entero, el resto alarmante no se quedó allí, se produjo después de que se tragó el contendido entero no de la mitad de la baguette, sino entera, lo que la siguió de…Continuemos el relato.
Una vez terminada la masticación feroz de la enorme baguette, me dije, bueno parece que el espectáculo toma fin, pero no, había aún sorpresas en su saco plástico que parecía sin fondo, metió la mano izquierda, sin dejar de mirar con la misma avidez la pantalla luminosa de su smartphone…Apple… y sacó un paquetito de esos bien bonitos en forma de triángulo atado con una cintita azul, de esas que dan los pasteleros, cuando la gente, yo jamás, compra pasteles.
Comprar un pastel es una cuestión festiva, que no es habitual ir a la pastelería a elegir pasteles y este acto especial no se hace más que en ocasiones raras, y el placer de abrir ese paquetito festivo debe hacerse como un ritual en que las etapas de apertura antes de saborearlo deben ser festivas y respetarse por etapas, no se compra y no se “come” un pastel para calmar el hambre sino para celebrar, además, un pastel es un objeto comestible artístico, fabricado por un artesano culinario que ha puesto en su quehacer todo su arte y su afecto en hacerlo, esto merece también nuestro elogio, cuando compramos un pastel lo elegimos antes y de entre todos los que están a la vista en un escaparate; tragarlo de esa manera me pareció un verdadero “sacrilegio”. A mi me fascina todo lo que es “comestible” y hecho con arte, cocinar me encanta, y todo me resulta regio; preparar una comida compartida es una fiesta, mi padre me decía, es claro, la pintura es como la cocina.
Esta joven abrió el paquetito de los dos pasteles sin la más mínima parsimonia, dado que se trataba de dos pasteles, y nada pequeños, sacó el primero y atacó el pastel con otro gran mordisco como si se tratara de una zanahoria cruda en calidad de “aperitivo” …
Yo entretanto reflexionaba, es claro sentir un hambre devoradora al final del día de trabajo y alejados de casa, más encima con este frio que se nos ha caído de repente, pero como no pensar en llevarse un paquete de comida de salvación como yo llamo a un paquete de camping, que se lleva en la mochila para salvar el y aplacar el hambre, yo pongo en una cajita plástica un sándwich de torrejas de queso sin ningún feculento, sin pan, un huevo duro y a veces una ensalada, luego una fruta, siendo la banana la mas práctica, ¡no vamos a mordisquear una manzana en el tren!
Las jóvenes y con más razón las viejas deben preocuparse de la línea y para eso se evitan todos los feculentos y el azúcar, esta joven si la más mínima coquetería me pareció más que impresionante.
La alarmante era su “método” para tragar, porque eso no era comer. Procedía por etapas para tragar y enteramente “convencida” en su quehacer metódico, primero la inmensa baguette, atacada con grandes gorjeas de Coca-Cola, una vez terminado el banquete salado, comenzó el azucarado, también por etapas gigantescas.
Lo inquietante era su manera de proceder, su avidez asentada, una actitud insolente para con ella misma; se veía que no era un banquete “ocasional” sino una costumbre, de lo contrario los rollos que salían ostentosamente de su vientre, bien apretado en la cintura de su jean, no saldrían sobresalientes de grasa acumulada durante los años de su corta existencia.
Si a los veinte años ya está así de pétrea de gordura que será a los cincuenta o sesenta. Me dije, lo único que por el momento la salva es que no se la puede calificar de “obesa” ni de mofletuda, está petrificada en una gordura bien especial, era una joven encerrada en su propia armadura de piedra que ella se creó para sí misma, con avidez, con insolencia y sin el más mínimo respeto por su cuerpo; la estética para con sí, que debe respetar todo ser humano sensible.
EL tren comenzaba a aminorar la marcha, llegábamos a la estación donde vivo, me peragré para bajar, no sin antes echarle una ultima ojeada a la joven masticadora, se emprendía a atacar un paquete de galletas de chocolate ¡para completar seguramente “el vacío “que le dejaba el fin del banquete! ¡uf! me dije, por fin llego al fin del viaje y de la visión inquietante de esta joven, ejemplo de que la juventud no es siempre ejemplar… ejemplo vivo de lo que para los que aquí en Fra,ncia practican sin moderación “le jeunisme”.
Bajando del tren pensé que debía aun armarme de valor, porque saliendo de la estación debía ir al paradero de los buses, que acarrean a los “pobres” que vivimos en la “Cité HLM” allá “arriba” como denominan ese barrio infecto del grupo de HLM para los pobres que de pobres no tienen nada porque el estacionamiento de autos es representativo de sus sueldos, y los caddies repletos de comida que llenan hasta el borde los dos días por semana de mercado son también representativos de que no sufren de hambruna, en fin luego de esperar el bus más de media hora congelándome en la vereda en un frío siberiano, por desgracia no en Siberia, más soportando luego la fatiga que impone el bus repleto durante el cuarto de hora de trayecto, llegaría por fin a mi piso, donde me esperaba mi sopa de repollo, como la de Akay Akakiévitch de Gogol, sólo que la mía sin carne. Cuestión de adaptarse a la miseria, debo seguir esperando mi “mutación “ de HLM porque ahora son los refugiados ucranianos lo que son privilegiados, la alcaldía les da pisos espaciosos en pleno París, pensé: si tuviese que ponerse un termómetro para medir el sufrimiento que se premia con un HLM en Paris, ciudad del asesinó, de los asesinos que asesinaron a mi madre…prioridad a los ucranianos, yo soy desde hace cuarenta años una francesa que empobrecieron forzadamente y que sigue con testarudez enamorada sin correspondencia, como lo son todos los “amores desgraciados”, “amours malheureuses”, sigo enamorada de Francia y de rusa ucraniana no me quedó más que el apellido materno, siendo la tercera generación luego de 1900 no tengo ningún valor y peor aún, soy une rara y único ejemplar y de las más recalcitrantes oponentes a la independización de Ucrania de Rusia, así es que no puedo más que recibir un motivo más de detestación suplementaria; seguí pensando esto durante el trayecto y tiritando de frio en el bus. Sólo Putin me lo celebraría, podrían pasarle el mensaje, me dije, subiendo con dificultad los tres pisos sin ascensor que me faltaban para llegar por fin a mi sopa de repollo sin carne como la del pobre protagonista de “El Abrigo.
Carmen Gazmuri
Biblioteca de París, diciembre 2022
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